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Dolor en tres tiempos

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Agosto 15, 1:07pm: No puedo esperar en el pasillo. Por ahí pasan los bebés y les puede hacer daño. ¿Y el de ella? ¿A quién le importa lo que pase con ella? Si hubiera podido le hubiera dado mi vientre. Pero ya eso, no lo tengo. No hay nada que pueda ofrecerle. Ya ella perdió su bebé. Y no hay nada... dinero... nada que pueda darle consuelo. Allí quedan unos monstruos insensibles, antropófagos infectos, que todavía tienen trabajo. Caiga sobre ellos el dolor que hoy encoge mi alma y destruye todas las ilusiones de la madre huérfana de hijo. ¡Malditos sean! Agosto 15, 3:12pm: Ya no quiero maldecir. No quiero que la ira ocupe el espacio que le corresponde al amor. Nieto amado... Nieto sin nombre... Nieto con todos los nombres y rostros del mundo. Escuché tu corazón por solo unos compases y aprendí a amarte como si te conociera de siempre. Estoy aquí, haciéndote espacio en mi pecho de mamá vieja. Un espacio que es solo tuyo, como si tus besos lo hubieran ganado. No importa si no escucho

Celebración

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Pudo ser peor. ¿Por qué la carga negativa en la frase, si realmente significa un suspiro de alivio ante el terror anticipado? Pudo no haber comida para los invitados, o ausencia de salud para recibirlos. Pudo ser peor… pudo no haber invitados. Pude estar sola cuando la calle estalló en ruidos de petardos y luces de bengala. Cuando las rencillas se echan a un lado para dar paso a los abrazos llenos de buenos deseos. Pude no recibir un beso de mi padre, postrado por una enfermedad esclavizante hace cuatro años con un mes y veintidós días. La realidad es que estaban todos. Mis hermanos, sobrinos y cuñadas, mis hijos y mis nietos. Los que no me dieron su abrazo personalmente a las doce en punto, me lo enviaron telefónicamente o por mensaje de texto unos minutos después. Entre las almas que me estrecharon al comienzo del año, el beso agradecido de papi cuando me acerqué a su rostro confirmó mi esperanza secreta. Fue un buen comienzo.

Dinosauria... de nacimiento

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Cada vez que escucho la palabra dinosaurio, unida a los sesenta años de edad, me acuerdo de la época en que pensaba, que volverse una “cuarentona” era llegar a la vejez y que (por lo tanto) la persona afectada debía comenzar con los preparativos de despedida (de este mundo cruel que permite que eso le pase a personas buena gente). Por eso me deprimí como nunca al cumplir los cuarenta y tardé en resignarme a la ancianidad toda una década. Cumplir los cincuenta no me hizo mella y llegué a pensar que ya estaba "curá" de espanto. Entonces se me ocurrió mezclarme con jovencitos recién graduados de Bachillerato, en una Maestría que forzosamente me llevaba de la mano a la clase más inclemente que podía encontrar: la “artística”. Desconozco si sucede así en todas las profesiones o si el nivel de celo profesional se siente más en este mundo, por aquello de la sensación de libertad que el arte nos da. Lo cierto es que a veces me siento como una cucaracha en un baile de gallinas.