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Mostrando entradas de diciembre, 2011

Esperanza

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Unas manitas tibias acarician mis mejillas a la vez que una vocecita me susurra en el oído: ¡Llegó, mami, llegó! Abro los ojos mientras realizo un esfuerzo sobrehumano para entender: quién llegó, a dónde, para qué y quién me lo notifica. A la velocidad del pensamiento, muchos rostros pasan por mi mente: uno pecoso, adornado por un cabello castaño, rizado; uno moreno, de ojos enormes, con el universo en ellos; otro semioculto por una inmensa cuota de cabellos negros, brillosos, de ondas definidas; otro blanquísimo; otro exótico; uno de mirada traviesa. El cerebro, adormecido, recorre una y otra vez todos los rostros, tratando de casarlos con la dulce voz que ahora me insta a levantar del lecho (que pude disfrutar muy poco esa noche) hasta dar con la mirada amplia, profunda, de un anciano de diez años con inocencia de cinco, el ángel guerrero, Príncipe de los espíritus celestiales, único ser humano que conozco desde que asomó su coronilla por el túnel de la vida. Abrazo el cuerpito q