A Laura Gallego, en su cambio de plano- diciembre de 2007
La Maestra murió sin que le diera las gracias. Dios me dio el tiempo. Treinta y tres años tuve para decirle cómo fortaleció mi verdadero ser para que este no muriera, desintegrado por las necesidades físicas y emocionales que saturaron mi vida durante tanto tiempo (y que hasta cierto punto todavía siguen en su empeño). Doce mil trescientos dieciocho días en los que pude olvidarme un poco de mis problemas, situaciones, frustraciones salpicadas aquí y allá por la alegría de dos hijos paridos, una hija prestada por el Cielo y cinco (o tal vez seis) nietos que llevan la sangre poeta y honrada de mis padres; y no cesar en el empeño para encontrarla y decirle “Gracias por creer en mí”. Sólo yo soy responsable de una omisión tan insignificantemente dolorosa, porque no paso de ser un átomo dentro de este gran campo magnético que llamamos humanidad, pero cuya carga eléctrica se ensombreció ante la ausencia de ese generador tan poderoso que una vez le impartió su magnetismo. Maestra, amiga, madr