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Mostrando entradas de 2017

El viento

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Vi sus fauces abrirse hasta que no hubo otra cosa que su aliento infernal.  Callaron las aves, los grillos, ningún sonido se atrevió a seguirle. Los troncos que agarrados a la calle parecían resistir, sucumbieron derrotados llevando consigo la piedra y el acero. El letrero en la autopista voló como un pañuelo. Los techos, alas sin torso, tropezaron enloquecidos con los postes. Los ríos desbocados quisieron refugiarse en las camas de los pobres, no quisieron destruir, huían del viento. Y yo, carne sin alma, lágrima sin piel, suspiro agónico... no pude hacer nada por evitarlo.  La soledad Siempre la soledad.  Uno y uno sigue siendo uno. A P.L. provocador de memorias. Miranda

¿Dónde está nuestro ombligo?

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He llorado mucho, como probablemente el 95% de mis compatriotas. El otro 5 % no se ha dado cuenta de lo que está pasando, son o muy jóvenes o muy ingenuos. Tal vez mis porcientos no sean exactos. No hay luz, no hay agua, ni gasolina, tampoco comunicaciones adecuadas... entonces, no hay cifras exactas de nada. A diferencia de lo que puedan pensar o decir quienes no nos conozcan como raza, y se piensen superiores, lloramos más por los demás que por nosotros mismos. Somos empáticos por naturaleza. Aunque no nos lo propongamos, en una medida u otra, nos perturba el dolor ajeno y nos inclinamos a tratar de ayudar al que sufre. Es que aunque no seamos ricos, hasta hace poco habíamos tenido mucha "suerte". Algo me avisaba de la proximidad de una gran tragedia... siempre pensé en un terremoto (seamos librados).  El "Huracán María" se propuso aplastarnos, poner a ras la tierra, destruir lo que respira y lo que no. Por poco triunfa. Destruyó nuestro habi

Bravura

bravura. De  bravo. 1.  f.   Fiereza   de   un   animal . 2.  f.   Esfuerzo   o   valentía   de   una   persona . Real Academia Española © Todos los derechos reservados No usaba aretes, cadenas ni pulseras. Su único perfume era el del polvo Maja que se ponía para alguna fiesta. Nada de lápiz labial, sombras ni rímel. Medía cuatro pies con diez pulgadas y no usaba tacones ni iba al "biuti". Hasta el último día de sus ochenta y tres años, mientras pudo hablar, su refrán (que la definió):  "Por encima de mí, Dios, y el vestido que me pongo".  A Fela de tu Merced Dime cómo se está ahí, si estar es el verbo que les corresponde, madre amada. Dime si me sienten tú y mi padre o si les acompaña este vacío de ausencia, de falta de sostén, de carencia, que tengo agarrado de mi garganta desde que cada cuál partió lejos de mí.   Dime, mujer sabia, si alguna vez les veré de nuevo. Si oleré tu regazo como cuando éramos, si me sentaré en su falda a escucharle tar

Tanto me cuesta respirar (que quisiera no tener que hacerlo)

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Las lágrimas no son de sal, son de fuego. No es cierto que el alivio llega cuando se liberan. Sucede que arde tanto el rastro que a su paso dejan, que se echa a un lado el otro dolor, el que las trajo. No te lloro muerto por la bomba que en el lecho truena, o la cuchillada a traición del hambre despiadada. (Hay muertes igual de dolorosas). Te lloro vivo por la tortura del mal que intenta destruir tu espíritu. La espada que pende, torva, sobre tu cabeza, la amenaza de abandono que la cordura ondea... burlona, obscena... Eres fuerte ¿sabes? Más fuerte que yo, entre todos los adultos, y más que el indolente ángel que te ha dejado solo... insensato; a merced de la espada, de los hombres, del fuego de las lágrimas. ¡Apiádate de mí, héroe de las heladas! Recoge los pedazos que aún de mí quedan, vuélveme recuerdo y alójame en tu mente, o hazme corazón y guárdame en tu pecho.

RAíCES PLANTADAS

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Soñé que éramos inmigrantes. Corríamos sin descanso, nos perseguían. Brincábamos las rocas. Raíces extrañas, boas dispuestas a enredarse en nuestros tobillos, parecían tener vida y perseguir la muerte. Saltábamos sobre techos de metal, sin resbalar; una casa, otra casa, en busca de un lugar seguro. Donde no nos alcanzara el brazo mecánico del tirano, porque los brazos no tienen corazón (especialmente si son mecánicos, y del tirano) De vez en cuando miraba al lado. Quería asegurarme de que tú estabas bien, porque éramos piernas de un mismo cuerpo, nervios del mismo sistema. Nada tendría sentido, si nos separaban. Y en la confianza de la unión, encontramos en el camino muchos otros que también corrían, hasta llegar a un claro. Enterraban sus raíces muy adentro de la tierra, allí donde encontraron sus ombligos. Tus ojos y los míos, tus manos y mis manos, las voces al unísono cantaron. Estremecían el techo de los monstruos naranja: El hombre nace libre, no lo