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Mostrando entradas de 2009

Circunloquios: El arenque

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El penetrante olor se apoderó vertiginoso de cada esquina de la casa. Como ladrón al acecho, me tomó de improviso y adueñándose de las confusas células de mi cerebro, estimuló uno a uno todos mis sentidos. Primero fue el aroma, tan salado, que me hundió en las profundidades del mar en fracciones de segundo. En su busca, corrí a la cocina, para encontrar a mi padre concentrado en la tarea de calentar el oscuro alimento, que entendí que lo era porque usaba un sartén, utensilio prohibido a utilizarse para cualquier cosa que no fuera la cocción de nuestra cena. La escena no resultaba exactamente exquisita. Mi padre no entraba a la cocina a menos que fuera a preparar algún postre, como el sabroso pudín, o el merengue, que se deshacía en mi boca con solo pensarlo; y aquello no podía estar más distante a un dulce que la carne cecina. ―¿Qué es eso? –pregunté mientras arrugaba mi naricita de seis años. ―Arenca ahumá -respondió mi padre con una sonrisa de satisfacción, una de esas que n

Circunloquios

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en el hospital… Miguelángel está enfermo y sonríe por la batita que le regalé. Se acuesta bocarriba con las manos enlazadas bajo su cabeza y sus piernas muy estiradas, como lo haría un rey en su mullida cama real. Sólo que él no es un rey en su rica alcoba, ni la dura cama de hospital es el suntuoso lecho seguro de un monarca. Es la misma cama donde, tal vez, horas antes se alojó un terrible virus, donde sufrió dolores o asfixias otro niñito, tan o no amado como el nuestro, pero con el mismo deseo de soñar, de ser importante, de llegar a grande. Mi corazón llora con su sonrisa. Trato de no mirar sus ojitos llenos de ilusión, ni los de su madre, mi otra niña, aterrorizada. Cambio la mirada hacia el armario ocupado y desocupado por tanta esperanza, cansancio y sufrimiento y elevo mi oración al Padre: Perdón, Superusted, que todo lo sabe, lo puede, lo crea, por mi ignorancia, mi insolencia, mis desaciertos; si todo lo puedes, como sé que puedes, ¿por qué enfermar a los niños? Porq

¿Cuánto tiempo lo puedo tener?

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Cada día que pasa confirma dos realidades contundentes. El amor duele y las lágrimas pueden ser amargas y dulces a un mismo tiempo. La piel se le desprende sin esfuerzos, dejando ver lo poco que queda de su carne, a la misma vez que el alma entra y sale de su cuerpo frente a los ojos que se niegan a aceptarlo. Mi padre disfruta calladamente de los pequeños momentos que él mismo propició. La visita de los hijos, a los que tanto ama y de los cuales se siente profundamente orgulloso. La risa abierta y ruidosa del bisnieto que en su inocencia ignora el llamado de silencio que le hacemos los adultos. El pequeño logro de una hija lo conmueve hasta el llanto. Mi libro, Papi, salió publicado. ¿Cuánto tiempo lo puedo tener? Pregunta, mientras lo estrecha contra su pecho. Todo el tiempo que quieras, es tuyo, nació gracias a ti y a Mami. Con dificultad lo lleva hasta sus labios y murmura un agradecimiento mientras sus ojos se inundan y los míos se desbordan. Hoy lloro ante su lucha:

Vivir del cuento

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Fue algo así como una experiencia religiosa. Sin blasfemias ni sarcasmos, algo impactante de verdad. Tal vez a los que han tenido la dicha de pasar por esto en repetidas ocasiones, puede parecerles graciosa mi emoción, simple, sin importancia. Si estos escritores rebobinan sus recuerdos, si se permiten dar marcha atrás y recordar qué sintieron al tener su primer libro en las manos, recordar cómo acercaron sus páginas a la nariz para grabar aquel momento en sus neuronas, se unirán a mi emoción como si les perteneciera, entenderán que no sólo se debilitan las rodillas al ver el sueño realizado, recordarán cómo se inclina el alma ante un suceso que debiera pertenecer a la materia. Y es que el arte, a pesar de percibirse con los sentidos físicos, es una urgencia etérea que no tiene más remedio que manifestarse en el mundo que llamamos real, para llenar nuestros ojos, deleitar nuestros oídos, y en ocasiones nuestro olfato, como ahora cuando huelo la tinta recién impresa en