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Mostrando entradas de julio, 2014

Juego de niños

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Es domingo. Los balcones se mantienen cerrados a pesar de estar bastante entrada la mañana. En mi casa algunos duermen todavía, pero Isabella juega con sus crayolas. Observo sus diminutos dedos extraerlas de su cajita, regarlas por todos lados; la escucho hablar con ellas, viene a mostrármelas   y luego intenta acomodarlas nuevamente en el envase donde hace un rato cupieron.                 Mientras, en algún lugar del mundo secuestran los cadáveres de las víctimas de un asesinato aéreo, en otro aniquilan familias enteras que, a pesar de su obvia pobreza y la abundancia de niños, pudieran ser confundidos con peligrosos enemigos. Uno de cada cinco muertos en los bombardeos, lee una noticia, son niños. Pudieran no parecer demasiados si no fuera por los otros veinticinco mil niños, de un lado y del otro, que resultan perturbados por los sucesos que viven desde que unos adultos decidieron su pequeña guerra. En otro lugar, de este mismo mundo, se acumulan los cuerpos de víctimas de o

Siglo Veinte - La televisión

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1953 El ambiente era de fiesta.  Parecía que todo el barrio se había dado cita en la sala de nuestra casa. Los adultos cepillaban, martillaban, medían y colocaban la tablilla en la pared. Los muebles se habían echado a un lado para hacer espacio a la muchachería que, excitada, se reunió en el suelo. Con gran parsimonia colocaron la cajita de madera sobre la tablilla. La expectativa era colectiva, pero todos callaban . Niños y adultos observaban, emocionados, cómo el cristal gris áceo se iluminaba. El silencio se interrumpió por un sonido muy agudo. Era como un mantra, una nota musical sostenida, el preludio al acto mágico. Ante la sorpresa de todos, como un magnífico dios brillante, la figura de un indio surgió de la pantalla. 

El prisionero (de "Almarios en alquiler")

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Tres golpes en la puerta interrumpieron la concentración del militar. Pensaba. La imagen de la niña de dos años, jugueteando con los pelos de su barba, se disolvió en el aire con el primer golpe. Una risita de cristal dio un par de vueltas más en su cabeza antes de resonar la última llamada contra la puerta. Zahavy se miró en el espejo, irguió la espalda y respiró con deleite el humo del incienso, antes de emitir el permiso: ¡Adelante! Su mirada se detuvo en la suciedad de un cuerpo medio oculto tras el soldado que le saludaba con una mano, mientras sostenía el picaporte con la otra. Detrás de estos, dos soldados más esperaban en posición de atención, pero el oficial no se fijó demasiado en ninguno. Estaba acostumbrado a este tipo de estampa. Rara vez se detenía a examinar a los arrestados, pero en ese momento, con la frescura de su bebé acariciando todavía su recuerdo, la mente le planteó una insólita faena: invadir la intimidad del terrorista, en busca del alma. Saber si ha