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Mostrando entradas de 2010

Conjugación

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Y estoy y estás aquí. Sin barreras, ni pantallas, ni teclado. Solo tu rostro me sonríe sin palabras, porque sobran, como sobran los reproches, las excusas y los celos como escudos contra el miedo que provoca nuestros cuerpos. Estás y estoy aquí. Ni el mar, ni el cielo en medio. Solo tu aire que se funde con el mío. Un solo olor, el nuestro. Un único sonido, el corazón que late al mismo tiempo en tu pecho, y en el mío. Y el tiempo ya no valdrá. Ya no hay edades, ni colores, Ni tu patria ni la que me vio nacer. Solo estaremos Y temblaremos Y sonreiremos un poco avergonzados Por lo que pienso que tu piensas Y tu sabes que yo pienso, Pues ya no hay temores. Tan solo estamos.

La fiera

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Era metódico, concertado, cruel y despiadado. Cada tarde, a las cinco y treinta, la estridencia del timbre escolar anunciaba el final de las clases durante el día, y el comienzo de la tortura a Chiqui, durante el regreso al hogar. Le seguían, le chiflaban. Los improperios caían uno sobre el otro: pato, nena, maricón. Y él caminaba ligero, con los ojos húmedos, la nariz enrojecida, la cabeza baja. La hermanita, impotente, miraba llena de furia a los victimarios; superiores en número, desordenados, agresivos. Ellos se reían de mis amigos. Impunes. Triunfantes. Hasta que les daba la gana, o se cansaban, o encontraban otra maldad más divertida. A los once años, con una estatura menuda y unos padres estrictos, no era mucho lo que podía hacer por mi amigo y vecino, pero así de temprano en la vida hice un descubrimiento que mantendría mis mecanismos de defensa erguidos por muchos años y mientras tuve que vivir en la barriada. Una tarde, decidí rezagar mi paso, en lugar de acompañar a Chiqui y

La culpa

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¿Quién es culpable... Tú que ocupaste los segundos de mis días, O yo que renuncié a la prosa y a la rima? ¿A quién culpar... Si en el beso en el que entregaste la pasión, Yo, confiada ofrecí mi mente, mi verbo, mi esencia? Que mientras tú me pensabas desnuda y rendida, yo me derramaba por aquella sonrisa, que creía tierna, que pensé quedaba prendida en el niño con su caramelo. ¿A quién culpar si al pedir mi cuerpo, yo brindé mi corazón, si al besar mi pecho, te entregaba el alma si al pedirme amor, consagré mi vida. Tú hablabas el idioma de la tierra, yo ilusa contestaba en cielo. Nadie se percató. Fue un mero problema de comunicación.

Una sola Tierra

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A través de los años los puertorriqueños hemos sido forzados a creer en nuestra condición de isla, como si se tratara de un defecto o carencia que nos convierte en ciudadanos ilegales, o como si tuviéramos la suerte de ser aceptados en una reservación. Sin pretender dar una lección de historia, países poderosos han pretendido adueñarse, no sólo del territorio, que de por sí es ultrajante por la pequeñez de nuestra extensión territorial, sino de nuestras mentes, generación tras generación. Lo más triste del caso es que lo han logrado en un número de isleños que pretenden dejar de serlo con la mera asimilación del país “dueño” en turno. Estos naturales han sido exitosos en alguna medida, reforzando el complejo de inferioridad que nos pretende etiquetar, confiriendo un sentido despectivo a todo lo relacionado con nuestro origen. Así que utilizan la palabra “insularismo” que todavía hoy no existe en ningún diccionario, acuñada por Pedreira con unos propósitos más legítimos que los qu